domingo, 30 de octubre de 2011

Arturo Pérez-Reverte: Una historia de violencia



Arturo Pérez-Reverte: Una historia de violencia


Me dan la bronca algunos lectores veteranos porque hace tiempo que no hablo de esos personajes e historias del pasado que a veces, para bien o para mal, ayudan a encajar el presente. Así que, para quienes echan de menos las historias del abuelo Cebolleta, hoy tocamos esa tecla, recordando a uno de esos fulanos sobre los que, de nacer en otro sitio, habría novelas, películas y series de la tele. Pero nació aquí, aunque pasó la vida fuera de España, ganándose el pan con una espada. Así que tenía pocas posibilidades de figurar en los libros de texto de los colegios. Como dijo no recuerdo qué político analfabeto de los que mezclan churras con merinas, la violencia no educa.

Año 1547. La España del emperador Carlos V tiene al mundo agarrado por las pelotas. Los príncipes protestantes se han puesto flamencos, y les caen encima, entre otros, los tercios de infantería española. La cosa se dilucida en Mühlberg, con el río Elba entre los ejércitos del elector de Sajonia y el del emperador. Se acomete la gente, se retiran los luteranos, y en mitad del pifostio hay un momento delicado. Huyendo ante el empuje de la vanguardia mandada por el duque de Alba, que siega como una guadaña, los alemanes —marcando el paso de la oca, o lo que marcaran entonces— pasan el río por un puente de barcas, lo recogen en la otra orilla, y para defender el único vado y cubrir su retirada acumulan allí enorme cantidad de artillería y arcabuceros. De manera que al llegar los españoles granizan balas sobre los arneses. El de Alba, cabreadísimo, va de un lado a otro sin saber cómo hincarle el diente al asunto, pues los tudescos van a enrocarse tras las murallas de la plaza fuerte, y de allí no los sacarán ni con vaselina. El emperador está a punto de llegar con el grueso del ejército, encontrando el paso bloqueado; y además, los enemigos empiezan a incendiar las barcas. Como para ingerir cianuro.

Entonces ocurre una de esas cosas que a veces nos pierden a los españoles y otras nos salvan. Algo muy nuestro. Muy de aquí. Porque de pronto, en mitad del carajal, a un soldado del Tercio Viejo se le va la pinza y empieza a ciscarse en los alemanes y en todos sus muertos; y jurando en arameo se pone la espada entre los dientes, echa a nadar por el vado bajo una lluvia de arcabuzazos, llega a la orilla con dos cojones, arremete contra los alemanes echando espumarajos, y mata a cinco. Tras él, por vergüenza torera y porque está feo dejarlo ir sólo, se han echado al agua su capitán y nueve soldados, que salen chapoteando y gritando “España, cierra, cierra”, como animales. Imagínense el cuadro y las pintas de mis primos, aullando mojados de barro y con ojos de locos, de mucho matar, con sus barbas, espadas, escapularios y demás parafernalia. De ese modo los colegas llegan a tiempo de ayudar al que pelea a la desesperada, acuchillando a mansalva. Así, entre los diez, hacen un escabeche de toma pan y moja. Y mientras los alemanes deciden que es momento de salir por pies a buscar unas cervezas, los españoles, chorreando agua y sangre ajena, apagan el incendio, reconstruyen el puente, y cuando llega el emperador, su ejército lo pasa tranquilamente, alcanza al enemigo, y al elector de Sajonia y a su puta madre les da las suyas y las de un bombero.

Después, Carlos V pregunta quién fue el majara que cruzó el río. Y le presentan a un oscuro soldado de padres vascos aunque nacido en Medina del Campo, llamado Cristóbal Mondragón. Y allí mismo, sobre el campo de batalla, el emperador lo llama “el mejor soldado del mejor tercio de la infantería española” y lo nombra alférez. Al capitán que lo siguió lo asciende a maestre de campo, y a los nueve soldados les da tanto dinero que Lope de Vega, en su comedia El valiente Céspedes, dirá más tarde que los ha cubierto de oro.

¿Colorín colorado? Casi. Y no como habría debido ser. Con el tiempo, Mondragón se convirtió en uno de los más destacados militares españoles en las guerras de Flandes. Amado por sus hombres, eso le granjeó —no podía ser de otra manera—, odios y envidias en España. Y Felipe II, al que sirvió con tanta devoción y valor como al padre, se portó con él como un miserable. Cuando ya veterano volvió a su patria y solicitó expediente de nobleza, los jueces se las arreglaron para inventarle antepasados judíos, lo que le bloqueaba el paso a ciertos honores. Humillado, lleno de amargura y vergüenza, Mondragón regresó a Flandes, de donde no había de volver nunca. Acabó con noventa años, digno hasta el fin, ordenando que lo pusieran en la ventana para que sus soldados, que lo adoraban, lo viesen morir. En su testamento pedía, en pago a sus servicios, la castellanía de Amberes para su hijo y una capitanía de lanzas para su nieto. El rey, naturalmente, no concedió ni la una ni la otra. 

sábado, 29 de octubre de 2011

INFECCIÓN / Andrés Caicedo




INFECCIÓN / Andrés Caicedo



Bienaventurados los imbéciles

Porque de ellos es el reino de la tierra

El sol. Cómo estar sentado en un parque y no decir nada. La una y media de la tarde. Camino caminas. Caminar con un amigo y mirar a todo el mundo. Cali a estas horas es una ciudad extraña. Por eso es que digo esto. Por ser Cali y por ser extraña, y por ser a pesar de todo una ciudad ramera.

-Mirá, allá viene la negra esa.

-Francisco es así, como esas palabras, mientras se organiza el pelo con la mano y espera a que pasa ella. Ja! Ser igual a todo el mundo.

Pasa la negra-modelo. Mira y no mira. Ridiculez. Sus 1,80 pasan y repasan. Sonríe con satisfacción. Camina más allá y ondula todo, toditico su cuerpo. Se pierde por fin entre la gente, ¿y queda pasando algo? No nada. Como siempre.

(Odiar es querer sin amar. Querer es luchar por aquello que se desea y odiar es no poder alcanzar por lo que se lucha. Amar es desear todo, luchar por todo, y aún así, seguir con el heroísmo de continuar amando. Odio mi calle, porque nunca se rebela a la vacuidad de los seres que pasan por ella. Odio los buses que cargan esperanzas con la muchacha de al lado, esperanzas como aquellas que se frustran en toda hora y en todas partes, buses que hacen pecar con los absurdos pensamientos, por eso, también detesto esos pensamientos: los míos, los de ella, pensamientos que recorren todo lo que saben vulnerable y no se cansan. Odio mis pasos, con su acostumbrada misión de ir siempre con rumbo fijo, pero maldiciendo tal obligación. Odio a Cali, una ciudad que espera, pero que no le abre las puertas a los desesperados)

Todo era igual a las otras veces. Una fiesta. Algo en lo cual uno trata desesperadamente de cambiar la tediosa rutina, pero nunca puede. Una fiesta igual a todas, con algunos seductores que hacen estragos en las virginidades femeninas… después, por allá… por Yumbo o Jamundí, donde usted quiera. Una fiesta con tres o cuatro muchachas que nos miran con lujuria mal disimulada. Una fiesta con numeritos que están mirando al que acaba de entrar, el tipo que se bajó de un carro último modelo. Una fiesta con uno que otro marica bien camuflado, y lo más chistoso de todo es que la que tiene al lado trata inútilmente de excitarlo con el codo o con la punta de los dedos. Una fiesta con muchachas que nunca se han dejado besar del novio, y que por equivocación son lindas. Y también con F. Upegui que entra pomposamente, viste una chaqueta roja, hace sus poses de ocasión y mira a todos lados para mirar-miradas. Una fiesta con la mamá de la dueña de casa, que admira el baile de su hijita pero la muy estúpida no se imagina si quiera lo que hace su distinguida hija cuando está sola con un muchacho, y le gusta de veras. Una fiesta donde los más hipócritas creen estar con Dios, maldita sea, y lo que están es defecándose por poder amachinar a la novia de su amigo… piensan en Dios y se defecan con toda calma mientras piensas en poder quitársela.

Sí, odio a Cali, una ciudad con unos habitantes que caminan y caminan… y piensan en todo, y no saben si son felices, no pueden asegurarlo. Odio a mi cuerpo y mi alma, dos cosas importantes, rebeldes a los cuidados y normas de la maldita sociedad. Odio mi pelo, un pelo cansado de atenciones estúpidas, un pelo que puede originar las mil y una importancias en las fuentes de soda. Odio la fachada de mi casa, por estar mirando siempre con envidia a la de la casa del frente. Odio a los muchachitos que juegan fútbol en las calles, y que con crueldades y su balón mal inflado tratan de olvidar que tienen que luchar con todas sus fuerzas para defender su inocencia. Sí, odio a los culicagados que cierran los ojos a la angustia de más tarde, la que nunca se cansan de atormentar todo lo que encuentra… para seguir otra vez así: con todo nuevamente, agarrando todo, todo !. Odio a mis vecinos quienes creen encontrar en un cansado saludo mío el futuro de la patria. Odio todo lo que tengo de cielo para mirar, sí, todo lo que alcanzo, porque nunca he podido encontrar en él la parte exacta donde habita Dios.

Conozco un amigo que le da miedo pensar en él, porque sabe que todo lo de él es mentira, que él mismo es una mentira, pero que nunca ha podido –puede- podrá aceptarlo. Sí, es un amigo que trata de ser fiel, pero no puede, no, lo imposibilita su cobardía.

Odio a mis amigos… uno por uno. Unas personas que nunca han tratado de imitar mi angustia. Personas que creen vivir felices, y lo peor de todo es que yo nunca puedo pensar así. Odio a mis amigas, por tener entre ellas tanta mayoría de indiferencia. Las odio cuando acaban de bailar y se burlan de su pareja, las odio cuando tratan de aparentar el sentimiento inverso al que realmente sienten. Las odio cuando no tratan de pensar en estar mañana conmigo, en la misma hora y en la misma cama. Odio a mis amigas, porque su pelo es casi tan artificial como sus pensamientos, las odio porque ninguna sabe bailar go go mejor que yo, o porque todavía no he conocida ninguna de 15 años que valga la pena para algo inmaterial. Las odio porque creen encontrar en mí el tónico ideal para quitar complejos, pero no saben que yo los tengo en cantidades mayores que los de ellas… por montones. Las odio, y por eso no se lo dejo de hacer porque las quiero y aún no he aprendido a amarles.

No sé, pero para mí lo peor de este mundo es el sentimiento de impotencia. Darse cuenta uno de que todo lo que hace no sirve para nada. Estar uno convencido que hace algo importante, mientras hay cosas mucho más importantes por hacer, para darse cuenta que se sigue en el mismo estado, que no se gana nada, que o se avanza

Una carta desde 2070


Una carta desde 2070 

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Estamos en el año 2070.

Termino de cumplir los 50, pero mi apariencia es de alguien de 85. Tengo seriosproblemas renales porque bebo muy poca agua. Creo que me queda poco tiempo.

Hoy soy una de las persona más viejas en esta sociedad. Recuerdo cuando tenía 5 años. Había muchos árboles en los parques, las casas tenían bonitos jardines y yo podía disfrutar de un baño quedándome debajo de la ducha por una hora. Todo era muy diferente a como están las cosas actualmente.

Ahora usamos toallas humedecidas en aceite mineral para limpiar la piel. Antes todas la mujeres mostraban sus bonitas cabelleras. Antes mi padre lavaba el auto con el agua que salía de una manguera. Hoy los niños no creen que el agua se utilizaba de esa manera. Ahora debemos raparnos la cabeza para mantenerla limpia sin usar agua.

Recuerdo que había muchos anuncios que decian “CUIDA EL AGUA”, sólo que nadie les hacía caso; pensaban que el agua jamás se podía terminar. Ahora, todos los ríos, presas, lagunas y mantos aquíferos están irreversiblemente contaminados o agotados. Inmensos desiertos constituyen el paisaje que nos rodea por todos lados. Las infecciones gastrointestinales, enfermedades de la piel y de las vías urinarias, son las principales causas de muerte.

La industria está paralizada y el desempleo es dramático. Las fábricas desanilizadoras son la principal fuente de empleo y te pagan con agua potable en lugar de salario. Los asaltos por un bidón de agua son comunes en las calles desiertas. La comida es 80% sintética. Antes la cantidad de agua indicada como ideal para beber eran ocho vasos por día para una persona adulta. Hoy sólo puedo beber medio vaso. La ropa es descartable, lo que aumenta la cantidad de basura; tuvimos que volver a los pozos ciegos (cámara séptica) como en el siglo pasado porque las redes de cloacas no se pueden usar por falta de agua.

La apariencia de la población es horrorosa, cuerpos desfallecidos, arrugados por la deshidratación, llenos de llagas en la piel por los rayos ultravioletas que no tienen la capa de ozono que los filtraban en la atmósfera. Por la sequedad de la piel una joven de 20 años está como si tuviera 40. No se puede fabricar agua, el oxígeno tambien está degradado por falta de árboles lo que disminuyó el coeficiente intelectual de las nuevas generaciones. Los científicos investigan, pero no hay solución posible. Se alteró la morfología de los espermatozoides de muchos individuos. Como consecuencia hay muchos chicos con isuficiencias, mutaciones y deformaciones.

El gobierno hasta nos cobra por el aire que respiramos, 137 m3 por día por habitante y adulto. La gente que no puede pagar es retirada de las “zonas ventiladas”, que están dotadas de gigantescos pulmones mecánicos que funcionan con energía solar. No son de buena calidad, pero se puede respirar. La edad media es de 35 años. En algunos países quedaron manchas de vegetación con su respectivo río que es fuertemente vigilado por el ejército. El agua se volvió un tesoro muy codiciado, más que el oro o los diamantes. Aquí en cambio, no hay árboles porque casi nunca llueve, y cuando llega a registrarse una precipitación, es de lluvia ácida.

Las estaciones del año están severamente transformadas por la pruebas atómicas y de las industrias contaminantes del siglo XX. Se advertía que había que cuidar el medio ambiente y nadie hizo caso. Cuando mi hija me pide que le hable de cuando era joven, describo lo bonito que eran los bosques. Le hablo de la lluvia, de las flores, de lo agradable que era darse un baño y poder pescar en los ríos y en las presas, beber toda el agua que quisiese. Y lo saludable que era la gente. Ella me pregunta:

- ¡Papá! ¿Por qué se acabó el agua?
Entonces, siento un nudo en la garganta.

No puedo dejar de sentirme culpable, porque pertenezco a la generación que terminó destruyendo el medio ambiente o simplemente no tomamos en cuenta tantos avisos. Ahora nuestros hijos pagan un precio alto… Sinceramente creo que la vida en la tierra ya no será posible dentro de muy poco porque la destrucción del medio ambiente llegó a un punto irreversible. Como me gustaría volver atrás y hacer que toda la humanidad hubiera comprendido ésto…

… ¡cuando todavía podíamos hacer algo para salvar nuestro planeta Tierra!

WikiLeaks dejará de publicar secretos oficiales por falta de dinero.

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El fundador de la organización, Julian Assange, fue el encargado de hacer el anuncio.

La organización WikiLeaks, que ha publicado miles de documentos comprometedores para los gobiernos de todo el mundo, anunció este lunes que dejará a divulgar secretos oficiales por falta de financiación. 
El anuncio fue realizado en una rueda de prensa en Londres por el fundador de WikiLeaks, Julian Assange, quien se encuentra retenido en el Reino Unido a la espera de que concluya un juicio de extradición a Suecia bajo la acusación de supuestos abusos sexuales. 

WikiLeaks señaló que suspende la divulgación de secretos oficiales ante "el bloqueo arbitrario e ilegal" que han realizado entidades estadounidenses como el Bank ofAmerica, Visa, Mastercard, PayPal y Western Union y que le han dejado sin acceso a financiación. 

El bloqueo, según Assange, ha destruido el 95 por ciento de los recursos económicos de WikiLeaks.
El fundador del grupo también aseguró que han perdido unos diez millones de dólares en donaciones, por costos operacionales que no tienen precedentes en el mundo financiero.
EFE

La Carta De Hitler


La Carta De Hitler



Diez meses después del final de la primera Guerra Mundial, un veterano alemán que había participado en la contienda escribió cuatro carillas en las que daba fundamentos para tratar “la cuestión judía” desde un punto de vista racional. Tenía 30 años y la firmó de puño y letra en tinta negra, con su letra redondeada: “Respetuosamente, Adolf Hitler”.

El documento, escrito a máquina, está fechado en 1919 y constituye el primer registro histórico de las teorías que luego pondría en práctica, como políticas de estado, el líder del Tercer Reich. 

Fue originalmente una respuesta a un colega en el comando militar, Adolf Geimlich, lo que le ha dado su nombre: la Carta Geimlich. Hallada casi 70 años después de haber sido escrita, ahora por primera vez se muestra al público en el Museo de la Tolerancia de la ciudad de Los Ángeles. 

Los historiadores considera que es uno de los documentos clave para explicar la historia del siglo XX, que revela el espíritu del líder del nazismo de manera más acabada que su libro fundacional, “Mi lucha”, publicado seis años más tarde. 

BBC Mundo le cuenta la historia detrás de estas cuatro páginas amarillentas: ¿qué dice y qué sugiere? ¿Cómo se comprobó su veracidad? ¿Y cuál es el valor documental que podría hacer revisar las teorías de algunos historiadores sobre el pasado reciente? 

Las palabras de Hitler 

Hitler redactó la carta para Adolf Geimlich, un miembro del Aufklärungskommando, la oficina de inteligencia militar de Munich, como un intento de respuesta a una cuestión urgente: ¿cuál era la situación de los judíos en Alemania después de la derrota en la Gran Guerra y qué posición al respecto tomaban las fuerzas armadas? 

Hitler se sentó en una máquina de escribir del ejército y redactó una suerte de ensayode cuatro páginas, que fue recibido con beneplácito por sus superiores en el departamento de propaganda. 

“Es su primer escrito político contando cuáles eran sus planes para los judíos. Es difícil que exista un documento más relevante para comprender la segunda Guerra Mundial: expone cuáles fueron las razones para llevar adelante esa guerra desde la cabeza misma de quien la impulsó, Adolf Hitler”, señaló a BBC Mundo Marvin Hier, decano del Centro Simon Wiesenthal, que adquirió la carta por US$150.000 y la ha puesto a la vista en el museo angelino. 

Allí, el líder nacionalsocialista establece que “el antisemitismo es fácilmente caracterizado como un fenómeno emocional. Pero esto es incorrecto. El antisemitismo como un movimiento político no puede y no debe ser definido por impulsos emocionales sino por el reconocimiento de hechos”. 

Esos hechos, dice, son postulados irrefutables, como que “el judaísmo es absolutamente una raza y no una asociación religiosa” o que los judíos responden al estereotipo de “acumuladores de riqueza” como un paso hacia la conquista del mundo a través del dinero. 

“Todo hombre va detrás de un objetivo mayor, sea la religión, el socialismo, la democracia. Para los judíos éstos son sólo un medio para un fin, la manera de satisfacer su deseo por el oro y la dominación”, expresó quien sería luego la cabeza del brutal Tercer Reich. 

Y agregó después: “el antisemitismo que se alimenta de razones puramente emocionales siempre encontrará su expresión en la forma de pogroms (ataques violentos contra judíos). Pero el antisemitismo basado en la razón debe llevar al combate y a la suspensión sistemática de los privilegios de los judíos… Su objetivo final, sin embargo, debe ser la eliminación sin compromisos de los judíos como tal”. 


Un ideario brutal 

Según los historiadores, la carta deja entrever que, detrás del “antisemitismo de la razón”, se incita a poner en marcha un plan a gran escala que exige la participación de un gobierno. 

“En su escrito, Hitler esboza un ideario que exige un gobierno implacable que tenga el coraje de eliminarlos por completo. Lo que queda claro es que, ya desde muy joven y todavía siendo un desconocido en la política alemana, tiene la idea de que esa lucha no puede hacerse con pandillas o con actos esporádicos, sino con una organización de gobierno detrás”, señala a BBC Mundo el rabino Marvin Hier. 

Esas ideas fueron las que guiarían, 22 años después, su gestión al frente del Reich y la Segunda Guerra Mundial, en la que unas 50.000 personas perdieron la vida y un tercio de la población judía del mundo fue exterminada. 

El valor de la carta, según coinciden distintos historiadores, está en que demuestra que la génesis del pensamiento antisemita, tal como lo aplicó el régimen nacionalsocialista entre 1933 y 1945, provino de la cabeza de Hitler. 

“En (los juicios de) Núremberg, no hubo ninguna evidencia con la firma de Hitler, nada que permitiera una posible atribución directa a su persona de todo lo que ocurrió en el Holocausto. Así que los historiadores han debatido por largo tiempo quién dio las órdenes para eso”, indica el rabino. 

Hasta la aparición de esta carta, el consenso era que se había tratado de órdenes orales a los altos funcionarios de su régimen o bien de documentos escritos que habían sido destruidos por los nazis tras la guerra. 

Sin embargo, los expertos señalan que de la Carta Geimlich no puede inferirse la estrategia que tomaría el gobierno para llevar a la acción la erradicación de los judíos. 

La palabra alemana utilizada por Hitler es Entfernung, que puede traducirse como distancia o retiro, lo que en contexto podría aludir a una segregación o a una expulsión del territorio alemán, más que a una matanza de la magnitud que adquirió después. 


La máquina de escribir 

La Carta Geimlich comenzó a circular en 1988, casi 70 años después de la fecha registrada por Hitler en el papel. 

Por entonces, una empresa que comerciaba documentos históricos en California se acercó al Centro Simon Wiesenthal, pensando que podría interesarle tener la carta en sus archivos. 

Pero los expertos de esta asociación por los derechos humanos de los judíos, basada en Los Ángeles desde 1977, la rechazaron de plano. Les resultaba extraño que el entonces joven Hitler hubiera tenido acceso a una máquina de escribir. 

“Era un don nadie y para tener una máquina de escribir en esos días había que ser rico”, señaló a BBC Mundo el decano Marvin Hier, quien recordó además que la falsificación de documentos del nazismo era moneda corriente por esos años. 

Cuando la fundación la descartó, la carta fue a parar a manos de un coleccionista privado, que desembolsó por ella US$270.000. 

Tras la crisis financiera desatada en 2008, el particular se vio obligado a venderla para cubrir deudas y contactó al mismo dealer. Le ofrecieron poco más de la mitad de lo que había pagado dos décadas antes para ponerla de nuevo en el mercado. 

Con el documento en mano, el comerciante volvió al Centro Wiesenthal. Entre tanto, con la ayuda de académicos de todo el mundo, Hier había recabado información que le permitía asumir que la carta era auténtica. 

“Siempre supimos que la firma era la de Hitler, pero para 2008 ya sabíamos que tenía acceso a una máquina. Hicimos una investigación sobre las máquinas de escribir que existían, que eran pocas, y sobre quiénes eran sus dueños. Y descubrimos que eran de uso frecuente en el ejército alemán, especialmente en el departamento de propaganda donde Hitler trabajada”, detalló el rabino. 


Hallazgo de un soldado 

Pero, ¿cómo fue que apareció este documento, más de cuatro décadas después de la derrota del nazismo? 

Según los registros, la Carta Geimlich fue hallada en 1945 por un efectivo del ejército estadounidense enviado a Europa. En los últimos días del régimen, en las afuera de Núremberg, el soldado Arthur Ziegler se encontró con un archivo de documentos y objetos militares: mientras sus compañeros se llevaban medallas y gorras, él eligió documentos almacenados en cajas. 

“Él ya no vive como para confirmar si buscaba o no papeles que tuvieran la firma de Hitler, no podemos saber cómo eligió qué sacar. Pero sí sabemos que se llevó una pila de documentos, los transportó consigo a su casa en Estados Unidos y los olvidó en un closet por años”, relató Marvin Hier a BBC Mundo. 

A mediados de los ’80 –según suponen los especialistas-, algún familiar debe haberle sugerido que llevara la carta a un coleccionista de documentos. La vendió a una empresa del estado de Nebraska, que luego la volvió a comercializar y llegó a manos de Profiles in History, una de las principales compañías del rubro en Estados Unidos. 

Ellos fueron quienes la ofrecieron reiteradamente al Centro Wiesenthal, según afirmó el rabino Hier. 

En 1990, el experto en caligrafía Charles Hamilton verificó la autenticidad de la firma y, desde entonces, expertos alemanes, británicos y estadounidenses han revisado los papeles manchados por el tiempo para concluir que es ciertamente un documento original de 1919, escrito y rubricado por Adolf Hitler.